Recuerdo la llamada de teléfono, me indicaban que podía recoger los resultados de la biopsia. –No tarde mucho- me dijeron.
Esas palabras fueron suficientes para saberlo.
Tengo cáncer, tengo cáncer, me repetía mientras como un autómata me dirigía a la parada de la guagua. ¿Recogí los resultados y ahora qué?
Mi primera preocupación era decírselo a mis padres y mi marido, mi madre también había tenido cáncer. Hasta que no supiera cuán grave era no se lo diría a mi hijo de 8 años.
Mi cerebro fabricaba miles de preguntas, me voy a morir, ¿mi miedo a perder todos mis seres queridos pasa porque ellos me pierdan a mí?
Fuimos al cirujano, me mandó más pruebas, descartar que el cáncer se hubiera extendido …
Me operaron, y según parece tenía buena pinta.
Un par de semanas después visita al oncólogo, catéter o no catéter esa es la cuestión. Unas 20 sesiones de quimio y una vez pasadas, otras tantas de radio. Hay que esperar.
La primera batería de quimio llegó y con la segunda sesión ya se me caía el pelo, se me enredaba entre los dedos, me daba miedo acariciarme la cabeza.
Sí, vómitos, mareos, debilidad, calvicie,… Pero también bromas y risas intentando que mi hijo no percibiera mi miedo, mi dolor.
Busqué ayuda, en la AECC Provincial tuve la ayuda de una psicóloga.
Fue con la que primero hablé de mi terror a la muerte, y luego mi segundo mayor miedo que mi hijo sufriera por verme enferma. Me indicó que la clave era cómo debía planteárselo, así que le dije pausadamente con autocontrol que estaba enferma, que mi enfermedad era grave, pero que tenía cura, el problema de esta enfermedad es que la medicación es muy fuerte y te puede provocar vómitos, debilidad, que me vería dormir más y estar más débil.
Busqué también expertos en medicina integrativa que me apoyaron mucho.
Tuve que meditar si me ponía peluca, pelo sintético o natural como me daba impresión tener el pelo de alguien en la cabeza, preferí sintético.
Poco a poco se me fueron cayendo también los pelos de las cejas y las pestañas. Tuve que decidirme a pintarme las cejas poco a poco, evitando tener cejas exageradas, ya saben, lo que yo llamo el efecto Groucho Marx.
Recuerdo un día en el que jugando con el niño y besuqueándole los mofletes vi que le había transferido mis cejas pintadas y no podía dejar de carcajearme. Cuando le dije que fuera al espejo se vio y se unió a mi risa. Ese fue uno de los buenos momentos.
El cáncer que tuve lo recuerdo como una escalera que te encuentras en el camino, que tienes que subir peldaño a peldaño, superando cada uno con paciencia y respirando en calma.
Las herramientas que recopilé a través de la medicina integrativa y las facilitadas por la psicóloga me ayudaron poco a poco a sobrellevar el miedo, a través de la escritura creativa, pintura, yoga, lectura….
Para mí era importante saber que yo estaba haciendo activamente algo por mi curación, así sentía que no era algo ajeno, si no propio, para superar la carrera de la vida, me apartaba un lado para pensar en mí, para quererme, para conocerme mejor.
La noche anterior a mi primera sesión de quimio tuve problemas para conciliar el sueño. El rechazo a darme quimio era lógico, porque la quimio te cura, pero también te mata por dentro. Dejar que algo tan invasivo me quemara me parecía inquietante.
La primera sesión fue tranquilizadora, y mi cuerpo cansado por la quimio se rendía fácil al sueño, por lo que estaba más relajada para el resto de las sesiones.
Recuerdo también a las personas que conocí en el camino y que me hacen mirar atrás con la nostalgia de guardar esa experiencia como un aprendizaje más en mi vida.
Ir a la peluquería, mínimo una vez cada 15 días porque la peluca necesitaba mantenimiento , y mientras a ella la lavaban y cuidaban, yo me sentía una muñeca grandota que esperaba relajada hasta que ella llegara.
Todo pasa, las sesiones de quimio, las de radio, la medicación, y el pelo empieza a crecer, como los brotes de hierba en un páramo seco, los pequeños pelos invaden la cabeza con alegría, te apetecen los colores: naranjas, morados, los pelos quieren destacar. Me hacía gracia cada visita a MACIN cuando me iba creciendo el pelo experimentábamos con mi imagen.
Cada hito en la peluquería era importante, tener la cabeza cubierta con algo de pelo, poder cortarte el pelo y darle forma, recogerse el pelo en un moño… Todos estos hitos los percibes como parte del proceso de que te estás curando.
Me costó trabajo desprenderme de la peluca, pero pasados unos meses de mi recuperación capilar, le agradecí los servicios prestados y la doné a través de MACIN a la AECC.
Éste es el camino. Es duro. No tienes que ser una luchadora en todo momento, tienes derecho a rendirte, a gritar, a llorar, a que te escuchen o a que te dejen con tus silencios.
Disfruta siempre de los momentos positivos, de las risas, el amor, la lectura, el cine, la cultura, los paseos, …
¡Llénate de momentos positivos que hay que cargar baterías para la vida!
Raquel